Nunca Me Abandones, de Kazuo Ishiguro

La traída y llevada condición humana, gran tema de la literatura general, lleva milenios explorándose, tratando de esclarecerse. En este sentido, la literatura ha sido la precursora de todas las ciencias hoy encargadas de explicar al hombre, tales como la psicología, la sociología, la antropología o las actuales neurociencias. No obstante, en la actualidad nos percatamos de que esta condición humana, a la que seguimos dando vueltas, no es ni mucho menos fija o inmutable, sino que bien puede cambiar en un futuro (quizá cercano) gracias a la disrupción tecnológica. En efecto, las tecnologías biomédicas pueden alterar nuestro genoma y por tanto nuestra condición, dando paso a una condición humana diferente. La literatura de propósito estético e indagatorio tendrá ahí un nuevo objeto de estudio, o al menos deberá asumir cambios sustanciales en su viejo objeto de estudio. Habrá de explorar al nuevo ser humano y también las nuevas conciencias no humanas surgidas de la tecnología.

La exploración del yo de aquellos entes similares a lo humano pero no totalmente humanos (o cuya humanidad sea objeto de discusión) hace tiempo que fue inaugurada en el ámbito literario. Las inteligencias artificiales, en concreto el enfoque ético de dichas inteligencias en colisión con la escurridiza ética humana, ya ocupó a autores como Ian McEwan en su formidable Machines Like Me; por su parte el yo desde el punto de vista de una inteligencia artificial también ha sido tema del propio Kazuo Ishiguro en Klara y el Sol. Y fue en una novela anterior (año 2005) en la que el británico de origen japonés se lanzó a narrar el mundo interno de los seres clónicos: Never Let Me Go. Ishiguro es un autor formidable, tal vez de los mejores de cuantos escriben a día de hoy en cualquier lengua o lugar del mundo. No sólo por su categoría y talento, y su capacidad de absorber la atención del lector; también por haber abierto camino con algunos de los que serán nuevos temas esenciales de la civilización humana, y su indagación estético-literaria.

¿Ante todo, qué es un clon? Se trata de un ser que se obtiene a partir del material genético de una de las células de un determinado individuo; este material genético se inyecta luego en una célula germinal (óvulo) de un segundo individuo. A partir de este óvulo se formará luego un amasijo de células con el material genético transferido. El amasijo se irá transformando, mediante diferenciación en múltiples tejidos, en un ser que será por tanto genéticamente idéntico al donante original. ¿Pero será totalmente humano este ser? En principio sí, habría de serlo. Al menos en un sentido estrictamente material, biológico. La totalidad de su organismo y su cerebro serán obviamente de igual complejidad a la de un humano convencional, y su desarrollo posterior será similar al de cualquier humano a lo largo de cada una de sus etapas vitales de aprendizaje y asimilación de experiencias, y conformación de su red neuronal. Esto en teoría. Porque en realidad, su consideración o no de humano va a depender de lo que establezca la sociedad acerca de él, de la consideración final a que llegue la cultura, la ética o la política. Vamos, los humanos convencionales decidirán si los clones son igual de humanos que ellos, o por el contrario serán tan sólo una especie de animales proveedores de órganos, pongamos por caso.

Los animales (los humanos y el resto) son biología, pero también cultura asociada. Esa cultura reviste a la biología, y altera y modifica la naturaleza de las cosas. (Podría incluso señalarse, que en esta época concreta, de cierta aversión política a la biología, somos ante todo cultura). Por tanto, el clon verá establecido su estatus en función de si decidimos graciosamente hacerlo acreedor de nuestros mismos derechos, los derechos humanos. Pero tal vez las necesidades médicas, las industrias biotecnológicas o la política presupuestaria decidan otra cosa. ¿Qué clase de vida aguarda entonces a estos seres, mientras nosotros tenemos a bien el clarificar su estatus? Si repasamos la historia de nuestra civilización, ciertas culturas humanas dominantes tuvieron una fuerte tendencia a considerar subhumanos, o poco menos, a razas o grupos que en realidad tan sólo presentaban tenues diferencias cromáticas. ¿Qué sucedería entonces con los clones?

Never Let me Go nos refiere en primera persona el punto de vista de uno de estos seres (Kathy) y se centra en ella y en otros dos, Tommy y Ruth, aunque la narración se toma algún tiempo en aclararnos que se trata de clones tecnológicamente obtenidos a partir de originales humanos. Así, Ishiguro va desvelándolos, o dejando que se desvelen a sí mismos, a lo largo de varios capítulos. La acción arranca en una Inglaterra alternativa, hacia finales de los 1990s o principios de los 2000s en Hailsham, un lugar fácilmente reconocible (o eso nos parece) como una suerte de internado británico típico, en el que conviven un grupo de jóvenes cuyas peripecias vitales ellos mismos nos van relatando. Sus pensamientos, sus esperanzas, sus iniciaciones, sus sueños. En ese internado se han formado desde su infancia y ahí siguen a lo largo de su adolescencia y primera juventud, atravesando las diversas etapas formativas y vitales. Algo extraño, no obstante, parece rodear a estos jóvenes, y así lo percibe el lector. El supuesto internado parece un lugar aislado, en una Inglaterra más o menos familiar aunque con algún rasgo extraño. En Hailsham parece regir una desconcertante economía basada en el trueque y los intercambios con el exterior, y estos no son demasiado ágiles ni fluidos. Y la vida interior de estos jóvenes, en especial de Kathy, la narradora, nos resulta algo uncanny. En seguida descubrimos ciertos elementos raros o inconsistentes, y las conciencias del trío protagonista van mostrando su peculiaridad. Hay un cierto sabor inequívocamente kafkiano: evaluaciones desconcertantes de los hechos, la desproporción entre acciones y sus consecuencias, definitiva extrañeza en las relaciones. Extraños afectos y fidelidades, relaciones extrañas.

El lector experimenta cierta inquietud ante esta textura kafkiana de pensamientos y relaciones. Nos asalta la duda ¿Es esto una técnica literaria de ishiguro? Después de todo, Kafka es una presencia tan formidable (el Dante de la época, según Harold Bloom) que uno podría preguntarse si existe algún autor contemporáneo totalmente libre de su influencia. Pero quizá no se trate de una técnica o influjo literario: puede ser que esa extrañeza sea simplemente la del mundo mental de esos jóvenes, como si su misma naturaleza, identidad y pensamientos fuera radicalmente extraña. Kafkiana.

Avanzada la narración, comprendemos pues que estos jóvenes son clones. El mundo de Never Let Me Go es una especie de mundo paralelo, alternativo, lo que nos hace pensar en el McEwan de Maquinas Como yo, que transcurría en un 1982 alternativo. También la novela de Ishiguro sucede en una Inglaterra paralela en torno a 2000, y se trata de un mundo en el que las ciencias que han explosionado más fuertemente parecen ser las ciencias biológicas, y quizá tal vez no tanto las físicas/computacionales como ha sucedido en nuestra línea temporal. (En ese 2000 alternativo, la tecnología computacional/de información/reproducción y sus dispositivos, tan omnipresentes, en nuestra línea temporal, parecen algo rezagados, como si en lugar de 2000 fuesen los años setenta u ochenta). Pero la biología sí ha explosionado hasta el punto de que una tecnología biomédica tan extrema como la clonación humana no sólo se ha logrado sino que forma parte del paisaje técnico establecido. Esto nos recuerda, dicho sea de paso, que la ciencia tiene caminos algo inciertos: puede expandirse fuertemente en determinadas direcciones, y muy poco o nada en otras. Y esas direcciones vendrán determinadas por los azares de la política, la historia o las mutaciones culturales impredecibles.

Y esa biología tan avanzada ha impactado en la cultura y sociedad humanas de manera similar, o si cabe con mayor fuerza, a la ciencia física y computacional en nuestro mundo ¿Cómo es la existencia de estos clones, estos seres emanados de la tecnología? Descubrimos que al principio, el papel que se les asignó fue tan sólo el de proveedores de órganos para una sociedad envejecida y muy necesitada de ellos. Luego fue surgiendo la preocupación ética en torno a la vida y dignidad de los clones. ¿Son acreedores de nuestros mismos derechos? Mientras la sociedad se aclara, ha surgido un movimiento en su defensa que exige que sean tratados con más o menos humanidad en unos internados habilitados especialmente para ellos, y en el que han de prepararse para el único cometido auténtico de sus vidas: las donaciones. Su destino final sigue siendo pues el de ser proveedores de órganos, y esas donaciones de las que, a lo largo de la vida del clon, se producen varias (de dos a cuatro) hasta la extinción o muerte del individuo. En definitiva, una vida absurda y cruel para unos seres cuya complejidad psicológica y emocional en realidad no está por debajo de la humana. Y es que los tres protagonistas de Never Let me Go son perfectamente reconocibles como humanos. Kathy es reflexiva e interrogativa; Tommy se nos aparece confuso, algo retraído y dubitativo; Ruth por su parte es arrojada y rebelde. Tres psicologías humanas típicas que interactúan e indagan. Y el resultado de tal indagación es un mundo sin sentido, o de sentido difícil y enigmático. Un poco como el nuestro, el de los humanos convencionales.

Nunca Me Abandones es el título de una canción que forma parte de los recuerdos más queridos de Kathy. Un día, en su habitación del internado, mientras suena la canción y Kathy la tararea bailoteando amorosamente abrazada a una muñeca, tal vez imaginando la maternidad, es vista de manera fortuita por una de las profesoras. Al retirarse esta, Kathy le descubre una mirada como de pena y contrición, y de vago horror, y sólo al cabo del tiempo Kathy comprenderá su significado. En otro momento, Kathy evoca como otra profesora parecía apartarse de ella y otros de sus compañeros como con un indicio de miedo o repulsión cuando el grupo se le acercaba. Los humanos están ante la misteriosa vida interior de los clones -tal y como la imaginan o barruntan, en lo que los humanos (convencionales) experimentan al verlos e interactuar con ellos, el recelo, el temor, también la piedad ante sus posibles sueños e ilusiones, que en ningún caso van a cumplirse. Kathy, Tommy, Ruth y los demás seres de Hailsham no parecen tener derecho a esperanza alguna, y sus vidas se desenvuelven en medio de un absurdo tan radical que resulta inconcebible, y del que en ningún caso son conscientes, ya que se les oculta con minucioso cuidado.

Never Let me Go es también una novela de terror, si bien de un terror discreto que se va desplegando calladamente, a la manera del Henry James de Otra Vuelta de Tuerca. Es en el tramo final, en sus últimas páginas donde el lector de pronto vislumbra el punto de vista de los seres que narran, y así la nueva perspectiva adquirida lo sobrecoge. Y es que entonces comprende cabalmente qué es exactamente lo que ha estado leyendo, las páginas anteriores se presentan bajo una nueva luz, tan nítida como siniestra. Alcanzas a ver el mundo a través de los ojos del trío protagonista y su horror y extrañeza convergen con la propia experiencia humana.

Ishiguro o Ian McEwan están entre los autores que escriben ya la literatura del futuro, y frente a su escritura los viejos temas ya casi parecen irrelevantes, a los que tal vez sólo queden ligeras variaciones estéticas. Hace sólo un par de décadas que iniciamos un milenio que se presenta rebosante de disrupciones tecnológicas. Va a ser este, está siendo, un milenio crucial en la historia de nuestra especie. Es hora de abrir paso a los nuevos grandes asuntos que más habrán de ocuparnos en un porvenir casi cercano, a su exploración filosófica, ética, literaria. El tiempo, en cierto modo, apremia.