la Revolución Inacabada de Einstein, de Lee Smolin

La física cuántica estudia la materia y la energía en el nivel subatómico. Industrias enteras, y desarrollos tecnológicos hoy imprescindibles, dependen de ella. Un ejemplo sería ese minúsculo supercomputador multimedia (un millón de veces más potente que los ordenadores de 1970) que todos llevamos distraídamente en el bolsillo. La física cuántica no es sólo un puñadito de ideas fantásticas. Es un extraordinario modelo explicativo acerca del funcionamiento de lo real. Y al contrario de otros modelos físicos abstrusos, como las cuerdas, la cuántica sí tiene apoyo experimental y de ella ha brotado una potente tecnología.

Pero hay un problema, y gordo. La física cuántica genera paradojas conceptuales que nos desconciertan. Feynman dijo famosamente que “en realidad, nadie en el mundo la entiende”. Y esto lo dijo él, auténtico mago de la electrodinámica cuántica.

Asociamos la mecánica cuántica con la explicación antirrealista de Copenhague. Así
llamada porque la lideró (y acabó imponiendo) Niels Bohr; en su casa de la capital danesa y a modo de mentor, se reunía con la joven generación de físicos. El grupo iba a apuntalar, a lo largo de los años 20, esa versión (irrealista) hoy dominante: la realidad sólo colapsa cuando un observador, al observar, la obliga a definirse. Mientras tanto, existe en un estado de indefinición, de superposición de estados. (El gato vivo-muerto del experimento mental de Erwin Schrödinger).

La interpretación antirrealista de Copenhague fue impulsada por un grupo de físicos de corte platónico-kantiano, embebidos en filosofía idealista. (Es fama que Heinsenberg era capaz de recitar de memoria el Timeo de Platón). Hacia 1930 el trabajo estuvo completado, y la interpretación de Copenhague se hizo canónica.

Smolin deplora esta situación. En un momento de su libro se lanza a imaginar un mundo paralelo (everettiano, lol) en que no se ha impuesto la escuela de Copenhague, como en el nuestro, sino una alternativa “escuela de París”, con el príncipe Louis de Broglie de casamentero, en lugar de Bohr. Una escuela parisina que hubiese apuntalado una interpretación realista a la cuántica y hubiese así mantenido a la Física en sus sólidos fundamentos del XIX, evitando el afantasmamiento conceptual que hoy padece.

Borges observó que “todos los hombres nacían aristotélicos o platónicos”. Cambian las épocas y las circunstancias, pero nunca los eternos antagonistas. La historia de la interpretación cuántica sería un nuevo ejemplo de este diálogo inacabable, que recorre los siglos. A un lado Bohr y Heisenberg, antirrealistas. Al otro De Broglie, Schrödinger y el mismísimo Einstein, realistas. Ganaron los primeros.

¿Por qué sucedió esto? No olvidemos el clima intelectual de los años 20, el hundimiento del orgulloso racionalismo del XIX tras la hecatombe de 1914-18, el triunfo de alocadas vanguardias y filosofías irracionalistas. Spengler y sus decadencias. ¿Cuáles fueron las lecturas de juventud de Bohr y Heisenberg y resto de antirrealistas? Qué textos fueron los que cimentaron su formación, su visión del mundo, en torno a 1920-25? Se me ocurre que esto podría ser un detalle no menor. Nuestro mundo actual de 2022, su alucinante atmósfera intelectual, puede que hunda sus raíces también ahí.

Smolin se declara realista, y hubiera anhelado que triunfaran los realistas en aquella colosal pugna intelectual, cerrada (en falso) hacia 1930. Einstein también era realista, y siempre abominó del peligroso camino que había emprendido la Física. Sus diálogos con Bohr debieron ser extraordinarios. Pero sólo nos han llegado algunos retazos a través del danés.

A Smolin tampoco le satisface la interpretación “intermedia” de Everett, la de los mundos paralelos, una interpretación que podríamos considerar como quasi-realista o realista ma non troppo. Y no le satisface no sólo en un plano intelectual. Es muy interesante el reparo ético que apunta en su discusión, y que dificultaría aceptar la propuesta de Everett: si los mundos paralelos son tan reales como el mundo que habitamos, si en algún lugar (que nos resultará siempre inalcanzable) su realidad es tan tangible como aquí la nuestra, esto podría dañar nuestra motivación para mejorar nuestro mundo, el único al que tenemos acceso, nuestra versión de Realidad. El dolor global en el conjunto de universos seguiría siendo infinito, hiciésemos lo que hiciésemos en el nuestro. Cualquier mejora sería, considerando el conjunto, infinitesimal.

La Revolución Inacabada de Einstein de Lee Smolin es un texto serenamente combativo. Para el autor, resulta vital crear (o revivir) alguna potente interpretación realista de la mecánica cuántica. En el pasado existieron tales interpretaciones realistas. (Un ejemplo fue la teoría de la onda piloto de De Broglie, que cayó en el olvido). Hay que volver a transitar esa vía.

Según Smolin, si es necesario, habrá que escarbar en la historia del pensamiento, buscar ideas en estos dos milenios y pico de Filosofía, hasta dar con un modelo que concuerde con los datos experimentales, pero sin que ello implique renunciar a la valiosa idea de un mundo externo real, independiente de nuestros sentidos, de nuestra mente, y sus fantasías y constructos.

Fenómenos insidiosos como el postmodernismo y la idea de que la ciencia es sólo una narrativa entre otras puede que sean tan sólo desgraciados efectos secundarios de la actual evanescencia de la Física. Urge que esta recupere su solidez conceptual, su antiguo compromiso con el realismo, o el mal acabará extendiéndose por toda la cultura humana, un proceso que lleva décadas en marcha y está ya peligrosamente avanzado. El actual antirrealismo de la física da alas a los irracionalistas, como vemos casi a diario con unos dogmas políticos cada vez más delirantes.

La ciencia y la tecnología son nuestras únicas herramientas de combate frente a un universo indiferente y cruel. No podemos permitir que estas herramientas se oxiden y fragilicen como consecuencia de desfallecimientos conceptuales. Hay que volver a la senda realista. Nos jugamos la civilización. El futuro, y la supervivencia.

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